Metidos en este
asqueroso sistema del que por lo que se dice es imposible salir (y ojalá
contradigamos el dicho), tendríamos que definir bien los cometidos, qué
corresponde o no a cada una de las partes según la propia idiosincrasia interna
que lo mantiene vivo.
El que paga es el
Empleador, abona por unos bienes ante los que debe hacer responder al que los
recibe, ya que el esfuerzo de pagar es una compensación al trabajo recibido.
El Empleado ha de
responder con su trabajo del sueldo que recibe.
Esta claro, ¿no? Parece
un axioma aceptado universalmente en nuestro bendito y bendecido Sistema.
Pues bien: Yo pago a mi
ayuntamiento, no recibo dinero de él.
Pago a mi Comunidad
Autónoma, no recibo dinero de ella.
Pago al Estado y por
tanto al Gobierno y órganos ejecutivos, legislativos y judiciales de mi Nación.
Soy el Empleador.
Pero el que impone las
normas es el Empleado.
Esto no tiene
consistencia en un sistema jerárquico capitalista.
Soy el beneficiario
teórico (el que paga manda) de unos servicios contratados en varios convenios,
y por encima de todo uno, votado por los ciudadanos en referéndum, que se llama
Constitución.
Yo tengo derecho, como
todos los demás ciudadanos, a optar a un empleo digno, a disfrutar de una
sanidad y una educación públicas, al derecho a la cultura y a la educación.
Yo PAGO por ello (única
norma que entienden algunos: ellos) y PAGO MUCHO. ¡Peeero Muuuchoooo! A veces
más de lo que puedo.
Y PAGO. No hago trampas,
no desvío, no amaño.
Los contratos no se
están cumpliendo.
Cuando los Empleados no
responden, hay que despedirlos.
Porque los que se creen
Virreyes, Monarcas o Emperadores, según la Ley no son más que Empleados.
Hagan el favor de
pasarse por mi despacho, que vamos a echar unas palabritas.